Tecnologías olvidadas: Dispositivos que usamos, amamos… y olvidamos

Lo que sigue no es un listado enciclopédico de tecnologías olvidadas o perdidas, ni un artículo técnico. Es más bien un recorrido personal —con un poco de humor y algo de resignación, porque lo actual también acabará relegado— , una visión en retrospectiva por esas tecnologías que alguna vez fueron parte de nuestra vida cotidiana y que el tiempo y el avance técnico dejaron atrás.

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Tecnologías olvidadas o en desuso: una visión personal en retrospectiva

Migas de Pan

Hace ya algunas semanas, mientras veía El Eternauta –la serie argentina que ha sorprendido por su fuerza narrativa, sus efectos especiales y fiel homenaje a la obra original de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López–, hubo un instante que me dejó pensando y recordando el pasado.

En la serie, vemos que la tecnología moderna ha colapsado por completo, y en medio del caos que se desata en la ciudad –no te diré cómo ni por qué–, y buscando respuestas a muchas interrogantes, Favalli —uno de los personajes principales, interpretado por César Troncoso— descubre que la tecnología antigua aún funciona y desempolva una vieja radio de onda corta, la enciende, toma el micrófono y exclama al vacío: “CQ, CQ, CQ, CQ… Si hay alguien escuchando, responda por favor.”

Ese instante fue un pasaje directo a mi adolescencia.

Hubo un tiempo en que muchos teníamos radios de onda corta o banda ciudadana en casa –y hasta en el auto–, y transmitir las siglas CQ en una frecuencia de radio significa que se está haciendo una llamada general: una invitación abierta para que cualquier operador que esté escuchando responda, sin dirigirse a alguien en particular.

Y del mismo modo en que Favalli hacía un llamado al vacío, esperando que alguna voz respondiera en la distancia, quienes tuvimos una radio de onda corta en casa también esperábamos escuchar una voz al otro lado, conocida o no.

En aquel entonces, en los años de mi adolescencia, no existía internet ni había teléfonos móviles y menos aún de aquellos que hoy denominamos inteligentes, y la radio de onda corta era una forma de comunicarse y mantenerse informado con personas de otros lugares. Bastaba una antena bien puesta, algo de paciencia y las ganas de encontrar una voz lejana. Así, entre zumbidos y estática, se podían captar conversaciones desde otros barrios, otras ciudades… a veces incluso desde otros países.

Era una forma de contactar con gente nueva, de distraernos y pasar el tiempo… una especie de red social. Así, algunas noches, ya tarde y no existiendo Twitter, Instagram, Threads o Whatsapp, tomábamos el micrófono para lanzar al viento este llamado: ‟CQ, CQ, CQ…”

Con el paso del tiempo, aquella vieja radio quedó relegada en un rincón, cubierta de polvo y silencio, como tantas otras tecnologías olvidadas que usamos, amamos y luego desechamos, dispositivos que alguna vez fueron indispensables y han sido desplazados por nuevas formas de conexión y entretención.

Pero hablar de estas “tecnologías olvidadas” no es mirar atrás con tristeza, sino con asombro… porque fuimos testigos (y muchas veces protagonistas) del salto gigantesco que dio el mundo en pocos  años. Ambos, tanto tú como yo, aprendimos a usar tecnologías que ya no existen o, con suerte, duermen en los museos.


Cuando el televisor era un mueble más…

Hubo una época en la que el televisor era un mueble más de la casa. Literal. De madera, grande, pesado, con su pantalla encajada como si fuera una pecera, una antena en forma de “V” colocada justo encima y… esto no me lo creerás, con lazos de papel de aluminio en los extremos para mejorar la señal, decían.

Aquellos viejos televisores tenían dos perillas para buscar canales: una para VHF, con los canales del 2 al 13, y la otra para UHF, que nadie sabía muy bien para qué diablos servía. Ese televisor también podía estar conectado a una antena exterior, que convivía junto a muchas otras antenas sobre el techo.

Cuando la señal se iba o la imagen no se veía clara —porque bastaba con que pasara una nube sospechosa—, alguien tenía que subir al techo a mover la antena “un poquito más a la izquierda”.

Desde abajo, la coreografía era así: “¡Ahí, ahí, no! ¡Te pasaste! ¡Vuelve al punto anterior! ¡Cuidado! ¡No te caigas!  ¡Gira un poco más!”

Era tecnología participativa en su máxima expresión. A veces el que subía era tu hermano, otras veces tú… Y si no había nadie disponible, uno se resignaba al canal que sí se veía. Ese recuerdo de gritarle al del techo mientras el televisor chirriaba y la imagen se volvía nieve es casi patrimonio de la humanidad.


La televisión a color

Más tarde vino la revolución: la televisión a color. Un hito. De pronto, los dibujos animados cobraron mayor vida. Pero algunas series grabadas en blanco y negro seguían viéndose así, en blanco y negro, como The Addams Family, y enseguida pasaron a ser antiguas.

No siempre la cosa era tan simple como llegar a casa y encender el televisor. Con demasiada frecuencia, llegaba alguien que tocaba los controles del televisor (y no hablo del control remoto) y había que dedicarle horas enteras para ajustar nuevamente los ‟tintes” con unas rueditas escondidas en algún lado del televisor (muchas veces detrás de una tapita de plástico). No era fácil, más aún cuando simultáneamente tenías que gritarle al que estaba arriba, en el techo, ‟sintonizando” la antena.

Los canales de televisión, sabiendo de este problema, te ayudaban a solucionarlo mostrando una herramienta en pantalla que permitía graduar los tintes y calibrar la imagen: era la carta de ajustes.

La carta de ajustes (no todos los canales usaban la misma) era una herramienta técnica que permitía ajustar el brillo, contraste y color del televisor, y solía mostrarse cuando no había programación, ya que la televisión no transmitía las 24 horas como hoy.

Los canales comenzaban a transmitir a las 6:00 a.m., y a la medianoche sonaba el himno nacional y se acabó; no más transmisiones hasta el día siguiente.

¿Entiendes ahora por qué lanzábamos esa desesperada llamada al vacío? CQ, CQ, CQ, CQ…

Y esto que te voy a decir ahora no es un mito urbano: a veces la perilla para cambiar de canal se gastaba de tanto usarla y se rompía. ¿Y cómo cambiábamos de canal? Con un alicate. Sí, un alicate, cuidadosamente insertado en el eje donde antes iba la perilla.


Betamax, VHS y Walkman: Un enredo de cintas magnéticas

Betamax y VHS compitieron ferozmente por nuestra atención en los años 80 y 90: eran aparatos para ver películas en casa con un cassette o casete de cinta magnética. Lo introducías en la máquina… y la cinta se enredaba.

Como cabía esperar, si tenías un Betamax y te ibas contento a una tienda Blockbuster a alquilar una película para el fin de semana, lo más probable era que solo la tuvieran en VHS. Y si tenías VHS, sucedía exactamente al revés.

Hoy, nos quedamos dormidos mientras intentamos decidir qué ver en Netflix.

Betamax finalmente perdió la batalla ante el VHS. El VHS fue reemplazado por el DVD, que a su vez fue desplazado por Blu-ray.


Walkman

El Walkman… uno más de tantas tecnologías olvidadas por el camino. Era una cajita que te colgabas del cinturón para escuchar música mientras caminabas o corrías, y que también tenía la mala costumbre de tragarse la cinta del cassette.

Grabar música en aquellos tiempos era un arte. Si no tenías el vinilo debías esperar a que sonara tu canción favorita en la radio… y justo cuando todo iba a pedir de boca, el locutor decidía hablar encima del solo de guitarra. Te hablaría también de los tocadiscos de vinilo, pero estos se niegan a formar parte de las tecnologías olvidadas. Al contrario, viven un nuevo auge: hay modelos modernos con conexión Bluetooth y un sinfín de relanzamientos de discos clásicos que siguen girando, como antes, pero con el impulso de lo actual.

Pero sigamos con lo de la grabación. Para obtener un mejor sonido era preferible usar cassettes con cintas de bajo ruido, esas de dióxido de cromo, más caras pero con un sonido más limpio. Las otras, las normales, estaban hechas con óxido férrico y el sonido no era muy bueno. Unas eran mejor que las otras, y todas se enredaban por igual dentro del Walkman.

Aquella era una época de baterías no recargables, pero afortunadamente teníamos buenos trucos para no malgastar las costosas pilas AA. Por ejemplo, rebobinábamos la cinta con un lápiz en vez de pulsar el botón del Walkman. Una hazaña técnica que hoy sería tutorial de TikTok.


El teléfono de disco rotatorio

Por lo general, en cada hogar había un solo teléfono. Era fijo y se conectaba con un cable a la pared. El de tu casa era gris; el de la casa de tus abuelos, negro. Y no voy a hablar de las operadoras y las conmutadoras telefónicas de antaño, porque eso es algo que nunca conocí. Pero podemos verlo en películas de la época: “Operadora, comuníqueme con…”.

Para usar el teléfono –el moderno, el que había en tu casa–, metías el dedo en el orificio del número a marcar, girabas el disco en sentido de las agujas del reloj y lo soltabas. No podías apurarlo, había que dejar que regresara solo a su posición original antes de marcar el siguiente número. Después, se escuchaba el sonido inconfundible del tu… tu… tu, ese tono de llamada que se negó a desaparecer y que aún nos acompaña.

Por aquellos tiempos hubo gente que, inocentemente, colocaba un pequeño candado al disco para evitar que se hicieran llamadas no autorizadas o que se usara el cero; que estaba al final del disco y permitía hacer llamadas de larga distancia. ¿Por qué se hacía esto? En aquel entonces no existía Whatsapp, y si te pegabas tres horas diarias al teléfono la factura telefónica a fin de mes resultaba bastante escandalosa.

Pero existía una tecnología oculta traída de un pasado aún más remoto: la técnica secreta de la clave morse telefónica. Si presionabas rápidamente el pulsador del auricular, una única vez, esa pulsación equivalía a marcar el número 1, el 2 eran dos pulsaciones rápidas, y así hasta el cero, que eran 10 pulsaciones. Era tecnología casera de alto nivel, propia de un hacker analógico.

El teléfono fijo ha mejorado enormemente. sin embargo, ante el auge de los teléfonos móviles, difícilmente lo consigues hoy en los hogares. Han pasado a ser parte del entorno laboral.


La llegada del teléfono móvil.

Hubo un tiempo en que hacer una llamada en la calle requería buscar un teléfono público, hacer fila (sí, fila), y tener monedas o una tarjeta telefónica con saldo. Luego llegaron los celulares y más de uno torció la boca: “¿Quién necesita eso? ¿Para qué cargar con un aparato tan caro si ya hay teléfonos en todas partes?”. Se decía que eran innecesarios, ruidosos, dañinos, un lujo para presumir. Pero, como suele pasar, lo que parecía un exceso, un objeto de lujo, terminó convirtiéndose en costumbre… y luego en necesidad.

Años más tarde, con los teléfonos inteligentes se  repitió la historia: “¿Para qué piensas comprar eso? ¿Para qué quieres internet en el móvil? ¡Yo solo llamo y mando SMS!”. Hoy dependemos del smartphone para casi todo (¿casi?), desde pagar en una tienda hasta encontrar el camino para llegar a la tienda.

Y entre una cosa y otra, apareció el Blackberry, con su teclado diminuto que nos hacía sentir ejecutivos importantes cada vez que lo usábamos, aunque fuera simplemente para escribir: “Ya voy”. Fue el monarca absoluto por un instante… y luego desapareció, como tantas otras tecnologías que en su día parecían imbatibles.

Sí, aquellos primeros móviles eran objetos muy similares a un ladrillo, pero con botones y una antena, y solo servían para hacer y recibir llamadas. Hoy, ese mismo dispositivo funciona como cámara fotográfica, videograbadora, mapa de carreteras, espejo, linterna, calculadora, reloj, brújula, termómetro, bloc de notas, archivador, buscador de ofertas, terapeuta, álbum familiar, reproductor de música, televisor… y con todo, es asombrosamente ligero y cabe en la palma de tu mano.

La oficina guarda muchos ejemplos y recuerdos de tecnologías olvidadas o en desuso, o si lo prefieres, que han cedido el puesto a dispositivos más modernos y eficientes.

A mediados de los 80 no había, como ahora, un computador sobre cada escritorio o mesa de trabajo. No, no, no… tenías una sala de computación entera con un pequeño monitor cuadrado en un lugar preferente, con pantalla negra y letras blancas o verdes parpadeantes.

La impresora ocupaba media habitación y los discos duros eran del tamaño de una lavadora… y almacenaban menos que una canción en Spotify. El teclado era como una gran caja metálica para guardar herramientas: grande, pesado y ruidoso.

Aquella tecnología no era silenciosa, no era portátil, no era rápida… pero era moderna y eficiente a su manera.

Con el tiempo, aquellos monstruosos discos de almacenamiento dieron paso a dispositivos de almacenaje más pequeños, que incluso llegaron a caber en un bolsillo. Y no me refiero al diminuto pen-drive o memoria USB, sino al disquete, diskette o floppy disk.

Dicho sea de paso, el pendrive o memoria USB está siendo relegado desde hace bastante tiempo por la transferencia inalámbrica de información y el almacenamiento en la nube.


El Floppy Disk

Con una capacidad épica de 1.44 megabytes —sí, megabytes—, en aquellos disquetes no podías guardar ni siquiera una foto borrosa de tu desayuno. Pero en su momento, era el rey del almacenamiento.

Si querías instalar un juego en tu PC, digamos Pac-Man o el Príncipe de Persia, tenías que comprar una caja entera de disquetes… y prepárate, porque la instalación era un ritual: «Inserte el disco 1», «Inserte el disco 2», «Inserte nuevamente el disco 1», «¿Dónde está el disco 3?», «¡Error en el disco 4!». Y claro, a veces se nos olvidaba etiquetarlos… y eso te hacía más divertido el día.

En la larga lista de las tecnologías olvidadas, el floppy disk tiene un lugar destacado.


El imperio del MS-DOS

Tal vez no lo sepas, pero no siempre fue así de fácil y tan sencillo sentarse frente a un computador. Hubo una época en que no existían íconos ni ventanas, ni mucho menos punteros que se movían con un ratón.

En ese mundo dominado por MS-DOS, todo se hacía a través del teclado y del conocimiento que uno llevaba en la cabeza (o apuntado en un cuaderno). No había botones para insertar, copiar o guardar, y tampoco papelera de reciclaje. Todo era fondo negro con letras blancas o verdes que parpadeaban.

Si querías hacer algo, tenías que saber cómo darle la instrucción correcta al computador. Por ejemplo, para copiar un archivo contenido en el disquete de la unidad A hacia otro disquete en la unidad B, debías escribir comandos como:

Cada acción era una orden escrita, sin margen para errores. Así, lo usual era tomar un curso de muchas horas para aprender la sintaxis exacta, comandos, rutas de archivos… Si te equivocabas en una letra, el sistema te respondía con un mensaje hostil: “Bad command or file name”. Y vuelta a empezar.


La interfaz gráfica que hoy todos conocemos

En 1984, Macintosh trajo al mundo algo que parecía salido de una película de ciencia ficción: una interfaz gráfica. Pantallas con ventanas, íconos que representaban carpetas, menús desplegables y un puntero que se movía con un extraño artefacto llamado “mouse”. Era intuitivo, era visual… y sí, también era caro.

Microsoft tardó más en adoptar ese lenguaje visual, pero cuando lanzó Windows 95, cambió las reglas del juego. Por primera vez, millones de personas podían usar un PC sin necesidad de escribir una línea de código. Apareció el botón de “Inicio”, el escritorio con accesos directos, los botoncitos de Copy y Paste (Copiar y Pegar), y esa musiquita de arranque que aún muchos recordamos con nostalgia.

Así comenzó una nueva era de computación… más visual, más amigable.

Antes de Windows 95 estaba Windows 3.1, y el salto fue enorme. Después de Windows 95 llegó Windows 98, Windows ME, 2000, Vista, Windows 7, 8, 8.1, 10… y si bien no siempre era necesario empezar de cero, cada nuevo Windows traía algo que te hacía reaprender cosas. A veces cambiaban los menús, otras veces la forma de instalar programas o de conectarse a internet. Cada uno metía alguna novedad que confundía a quienes ya estábamos acostumbrados a la versión anterior.


La llegada del CD-ROM

En algún momento surgió el CD-ROM (Compact Disc Read-Only Memory), uno de los formatos estrella durante los años 90 y principios de los 2000. Al principio solo eran dispositivos de lectura, y venían con juegos, enciclopedias como la Encarta, software, música… Y no podías modificar su contenido.

Después llegaron los CD-R (grabables) y los CD-RW (regrabables). Pronto, los CDs pasaron de ser simples unidades de almacenamiento para convertirse, en cierto modo, en los ancestros de nuestras listas de reproducción en Spotify.

Quien tenía una grabadora de CD en casa se volvía automáticamente el encargado de las «selecciones musicales» para los viajes en automóvil o las fiestas. Cada disco tenía un nombre escrito con marcador permanente: Mix Romántico Vol. 3, Rock para estudiar, Fav. para el finde.

Con la llegada del CD surgió el DiscMan… Básicamente, era un Walkman pero con CD.

Había reglas no escritas para el uso del CD que todo el mundo sabía: nunca tocar el lado brillante con los dedos, no rayarlo, no dejarlo sobre la mesa boca abajo… y, por supuesto, no dejarlo al sol. Si lo olvidabas cerca de una ventana o dentro del auto en verano, el disco se arqueaba y adiós datos.


Los ratones antiguos

No, no hablo de Mickey Mouse. Me refiero al mouse del computador. Aquellos ratones fueron la sensación del momento, aunque nada de sensores ópticos ni luces LED. El corazón del mouse antiguo era una bola de goma (que, dicho sea de paso, se atascaba con polvo, pelusas y migas de galleta).

Esa bola detectaba el movimiento sobre la superficie. Cuando movías el mouse, la bola giraba en distintas direcciones, y unos rodillos internos tocaban la bola y traducían el movimiento físico en señales eléctricas. La computadora lo interpretaba como movimiento del cursor y… bueno, mejor googléalo.


El Fax… ¿cómo olvidarlo?

El Fax era una especie de impresora nerviosa que se conectaba a una línea telefónica y competía ferozmente con la impresora de matriz de puntos de la oficina para ver cuál hacía más ruido.

Para entender el funcionamiento del fax, imagina que era la manera antigua de enviar un mensaje de texto por teléfono, pero que solo se podía visualizar al imprimirse sobre una tira no muy ancha de papel.

Asimismo, el fax tenía la costumbre de pelearse con el módem por la única línea telefónica disponible en la oficina. Si necesitabas enviar un documento urgente, había alguien en el cubículo contiguo bajando un archivo de 2 MB que tardaba media hora en completarse.

Y siempre, siempre había alguien que enviaba un documento mucho más largo que El Quijote de Cervantes, gastando en ello todo el rollo de papel disponible en la máquina del fax.


Tecnologías olvidadas de la era Kodak

En un abrir y cerrar de ojos, pasamos de la era Kodak —cuando debíamos conformarnos con 12, 24 o 36 fotos en un viaje— a un presente donde todo es “instagrameable” y se suben más de 3 000 millones de imágenes al día a las redes sociales.

Kodak fue durante casi todo el siglo XX el nombre más reconocido en fotografía: dominó el mercado con sus cámaras, rollos de película y laboratorios de revelado que formaron parte de millones de hogares. Su famoso lema «You press the button, we do the rest» (tú aprietas el botón, nosotros hacemos el resto) marcó una revolución cultural que puso la fotografía al alcance de todos. Pero a pesar de su liderazgo, el gigante no supo adaptarse a tiempo a la fotografía digital.

Paradójicamente, fue la propia Kodak la que inventó una de las primeras cámaras digitales en los años 70, pero temiendo que afectara sus ingresos por la venta de rollos de películas, decidió no impulsarla. Cuando quiso reaccionar, ya era tarde: otras marcas habían tomado la delantera y las cámaras digitales transformaban radicalmente la forma de tomar y compartir fotos.

Reflexión final…

Como algunos de ustedes, fui testigo del nacimiento del correo electrónico y su creciente uso en universidades y centros de investigación. Tuve mi primera cuenta en Yahoo, y me iba de madrugada a la oficina para poder bajar correos; a esa hora había menos gente conectada y era más rápido hacerlo.

Si viviste el momento, recordarás el característico chirrido del módem cuando se conectaba a internet, como una puerta que se abría a un mundo nuevo. Si nunca lo escuchaste, aquí puedes hacerlo:

Es impresionante cómo la tecnología innovadora ha ido desplazando silenciosamente a las anteriores, sin alboroto, transformando nuestros hábitos sin que casi nos demos cuenta. Antes, para conocer mis pulsaciones o el nivel de oxígeno en sangre, debía ir a un consultorio médico. Ahora, giro la muñeca y puedo verlo en la pantalla de un smartwatch.

Lo que parecía ciencia ficción, hoy es parte de la rutina. En el camino hemos dejado mucha tecnología olvidada. Y aunque el cambio a veces genera nostalgia, también nos recuerda que estamos viviendo el futuro que alguna vez imaginamos.

Y hablando de tecnologías olvidadas…

¿Te acuerdas de las mascotas virtuales?

El Tamagotchi es una mascota virtual que vive dentro de un pequeño dispositivo electrónico en forma de huevo, con pantalla LCD y tres botones. Básicamente, era lo más parecido a un entrenamiento temprano para futuros padres.

La idea detrás de esa tecnología era simple (y adictiva): cuidar a un animalito digital que nacía, comía, dormía, jugaba y… moría si no lo atendías. Tenías que alimentarlo, jugar con él y curarlo si se enfermaba. Si le dabas mucho alimento, se enfermaba. Si no limpiabas sus «desechos», se enfermaba. Si lo ignorabas demasiado tiempo, se enfermaba… Y si se te moría el bicho cargabas con la culpa todo el recreo.


¿Hay otras tecnologías olvidadas que recuerdes? Coméntala…

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